Gabriela Damián Miravete nos regalo un bello discurso, mismo que replicamos en este espacio. Marie Stopes México cumple quince años de esforzarse por dar una mejor calidad de vida a jóvenes y mujeres a través de la salud reproductiva, algo que es un motivo de celebración para tanta gente que ha podido disfrutar de una sexualidad más libre, responsable y placentera a lo largo de este tiempo. Pensando en esto, no he podido evitar preguntarme qué estaba haciendo yo hace quince años. Entonces estudiaba, salía con mis amigas a conciertos de bandas metaleras, me desvelaba leyendo libros de ciencia ficción (sin sospechar que después escribiría el mío) y no perdía tanto el tiempo en internet. También, lo digo con franqueza, es probable que, de haber respondido el sondeo que acabamos de ver, hubiera titubeado al contestar alguna pregunta. Incluso para alguien con curiosidad y ganas de aprender (o tan proclive al chisme, como buena joven escritora), la sexualidad puede ser un tema intimidante. La cuestión es, ¿por qué resulta intimidante, si vivimos rodeados de información, y casi casi sumergidos en el sexo a través de la tele, el cine y los periódicos? ¿Por qué la gente joven sabe apenas “lo básico” o “lo suficiente” (y a veces ni eso) acerca de su propio cuerpo, de una parte maravillosa y fundamental de la experiencia humana? No debemos ignorar que hay muchos lugares en los que, por complejas y diferentes circunstancias, es difícil acceder a la información sobre salud sexual y reproductiva. Pero cuando sí llega, hay que enfrentarse a otro problema: la actitud generalizada en torno a la sexualidad. Vergüenza, culpa, miedo. Quien tiene una opinión al respecto y la dice en voz alta, suele obtener como respuesta el silencio, la burla o la desaprobación, les ocurre particularmente a las mujeres. Por poner un ejemplo: intenten hablar de cómo los tampones son más prácticos que las toallas femeninas en una reunión familiar. ¡El horror! No es de extrañar que para hablar de sexualidad (no la de la sabiduría convencional de los chistes “pícaros”, ni la de satín y fantasía que vemos a través de una pantalla, sino de la sexualidad real, la nuestra, la cotidiana) hay que hacerlo en voz baja. Tampoco es raro que en este clima se transmitan ideas erróneas y prejuicios con tanta facilidad. A falta de mejores herramientas, repetimos aquello que escuchamos decir a nuestros padres, maestros, o comentaristas que fingen saber algo más que nosotros. A partir de su esquema tomamos (o dejamos de tomar) decisiones importantes para nuestro futuro. Ya dije que soy una autora de ciencia ficción, se imaginarán que usar una máquina del tiempo siempre ha sido uno de mis más grandes sueños. Me encantaría poder volver atrás y visitar, qué se yo, Pompeya en sus días de gloria o el Antiguo Egipto, pero sobre todo, me encantaría viajar para encontrarme conmigo y darme algunos consejos. Me diría “Oye, no te saltes tantas clases”, pero también “¡Pídele que use condón!”. Me diría “Ahorra y vete de mochilazo”, pero también “No sientas vergüenza, ve por una pastilla anticonceptiva de emergencia”. Me ayudaría a ser más consciente de los riesgos, a conocer cabalmente mi cuerpo, a aventurarme a descubrir más el cuerpo del otro. Disfrutaría más, me angustiaría menos. Finalmente, también me diría: “Pese a lo que digan los demás, tomaste la mejor decisión. No te defraudaste a ti misma”. Creo que no somos del todo conscientes de hasta qué punto la sexualidad está vinculada al resto de nuestra vida. No es un hecho aislado, no vive sólo debajo de las sábanas. Necesitamos conocerla mejor, sacarla del clóset, darle el espacio y la voz que se merece. Una juventud más informada tendrá menos posibilidades de sufrir abuso y violencia, de vivir en la insatisfacción, y más oportunidades de llevar una vida larga y saludable. Y si la vivimos con responsabilidad y placer, nos permite desarrollar todo nuestro potencial, estar en el mundo y con los demás de forma plena, libre. Nos motiva a investigar más acerca de las maravillas de este lugar que habitamos, incluso nos impulsa a inventar nuestra propia forma de mejorarlo. Si no, pregúntenselo a Marie Stopes (que por cierto, tuvo entre sus admiradores a H.G Wells, el autor de La Máquina del tiempo). Era una chica imparable: estudió paleobotánica y fue de las mejores académicas de su ramo, viajó a Japón, estuvo a punto de ir a explorar la Antártida junto al capitán Scott en busca de fósiles. Escribió obras de teatro, novelas, poemas y un manual de sexualidad que fue mucho más que un bestseller. Se enamoró, casó y divorció, y quiso tener hijos por elección, no por azar, por lo que fue madre hasta los 43 años. Gracias a su generosidad, inteligencia y compromiso, cambió radicalmente nuestro destino, y sigue haciéndolo en nuestros días a través de esta gran organización. Por último, quiero felicitar a cada una de las personas que trabajan cotidianamente por dar a los jóvenes y en especial, a las mujeres, más opciones de vida. Por tratarlas con empatía y respeto, por no criminalizarlas, por sostenerles la mano y ayudarles a enfrentar el miedo o la incertidumbre. Les doy las gracias, también, en nombre de la que fui hace 15 años. Gabriela Damián Miravete[:]]]>
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